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Mentira, arma de destrucción masiva.

Corría el año 2001, cuando George Bush, promovió una invasión que dejó a multitudes de iraquíes sin hogar, en un paisaje desolado que era visto al instante por todos nosotros. ¿La razón? Encontrar y destruir las famosas "armas de destrucción masiva".

Cuando hablamos de armas de destrucción masiva, hablamos de aquellas que son capaces de arrasar con kilómetros de vida, así como las nucleares de hiroshima y nagasaki, ciudades donde hasta el día de hoy pueden observarse los daños.

¿Qué puede hacer la Iglesia, cuando al interior de ella, algunos se mueven con armas de destrucción masiva, tan dañinas y letales, como la mentira, la murmuración, el conventilleo (invenciones de chismes) las que diabólicamente son desparramadas en lo oculto a todos aquellos que prestan oídos?

Aquellos que se dejan influenciar, no saben al daño que se exponen. Aquél que es movido a dudar del hermano, de sus siervos, a dejar el trabajo, a bajar los brazos, a retirarse de la línea del frente, debe tener en claro, que nuestro Señor pide cuentas y quien no esté en condiciones de rendirlas, de poco le valdrá haber pasado una vida al interior de los templos.

La recomendación primera entonces:

No prestar nuestros oídos a ninguno que venga con falso testimonio. Nunca recibir y acatar una información como cierta, en la oscuridad de la noche o en la soledad de un lugar apartado, sino conducir al careo de las partes, aquel que miente debe ser enfrentado con la víctima de su mentira, para quitar así las máscaras del enemigo.

Recordar siempre lo que dice el Señor sobre el malvado:

Llena está su boca de maldiciones,
de mentiras y amenazas;
bajo su lengua esconde maldad y violencia.
Se pone al acecho en las aldeas,
se esconde en espera de sus víctimas,
y asesina a mansalva al inocente.

Salmos capítulo 10, versículos 7 y 8.-

continuará...